Andamos con la espalda jorobada como si nos pesara la vida. Pasamos muchas horas sentados no precisamente en las mejores posturas. Esto contribuye también a que nuestra espalda alta se jorobe, nuestro pecho vaya hacia dentro y nuestros hombros roten.

Estudios psicológicos que han investigado la conexión entre la postura física, la expresión y los sentimientos revelan que así como lo que pensamos y cómo nos sentimos se expresa en nuestra postura física, nuestra postura física tiene un efecto sobre nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, la imagen que representamos y las respuestas posteriores que recibimos de los demás.

El sistema nervioso funciona por retroalimentación, al adoptar posturas en las que redondeamos los hombros y encorvamos la columna, nuestro cerebro recibe esta información y la guarda como una postura segura, un espacio seguro para esconder bajo nuestra coraza esas inseguridades, falta de confianza, heridas emocionales.

Cuando la postura se cierra, encierra consigo a los pulmones con las costillas y genera una respiración irregular y por ende falta de flujo energético para nuestra mente.

Cuando trabajamos la apertura del pecho ganamos mayor circulación de la sangre y estimulación de la tiroides, y de las glándulas pineal y pituitaria, se fortalece nuestro sistema inmunológico, fortalecemos los músculos alrededor de la escápula y estabilizamos hombros y omóplatos.

Además, nos suponen un reto, y eso nos permite también trabajar la solidez mental y emocional ganando confianza en nosotros mismos.

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